congreso  |  2015

Hacia un Movimiento Pedagógico Latinoamericano

Por Daniel Ezcurra




Es un honor y una responsabilidad estar con ustedes aquí. Estamos viviendo tiempos interesantes, y una muestra de ello, es que hoy tienen enfrente a un militante que circunstancialmente se desempeña como servidor público con responsabilidades de gestionar pero que hace quince años atrás portaba una mochila llena de elementos contundentes (como dirían los diarios de la época) para resistir al neoliberalismo.

Traje algunos puntos para compartir producto de reflexiones colectivas que los compañeros construyen como conocimiento crítico en el territorio. Todo lo interesante que pueda decir es fruto de esa hermosa posibilidad de recoger síntesis de experiencias colectivas territoriales de todo el país.

Estos son momentos excepcionales. Sabemos que hay generaciones de compañeras y compañeros que no han tenido la oportunidad histórica que hoy tenemos. Generaciones que no tuvieron otra que constituirse como sujetos resistentes a un modelo único que se imponía desde los sectores de poder. Compañeras y compañeros que asumieron la tarea que la etapa marcaba, formándose en una matriz de intervención sobre la realidad donde la posibilidad de concretar un proyecto de país propio estuvo fuertemente vedada.

Nuestro país sufrió un ciclo de hegemonía del neoliberalismo desde 1975 hasta el 2001. Casi 30 años en los cuales resistimos un proyecto político convertido en una máquina de conculcar derechos. Nuestra frontera, nuestra trinchera estaba puesta en resistir que no nos quitaran más cosas. Después de décadas, esa actitud se constituyó en una profunda huella de intervención.

En nuestra vida vamos construyendo mapas para actuar sobre la realidad; esos mapas se transforman en huellas de intervención colectivas y el conjunto de esos mapas se convierten en una cartografía que nos sirve para guiarnos en la lucha por los intereses concretos y en las luchas políticas.

En nuestra vida vamos construyendo mapas para actuar sobre la realidad; esos mapas se transforman en huellas de intervención colectivas y el conjunto de esos mapas se convierten en una cartografía que nos sirve para guiarnos en la lucha por los intereses concretos y en las luchas políticas.

El primero es que si en las experiencias del pueblo argentino que están profundamente guardadas en la memoria histórica, el imaginario de futuro era lo que convocaba a la participación popular; a partir de la noche negra del neoliberalismo, una de sus grandes victorias fue sepultar el imaginario contrahegemónico en el momento del triunfo del pensamiento único.

Muchos intelectuales, dirigentes y organizaciones recalaron en el cinismo y el posibilismo, invirtiendo el orden gramsciano donde el pesimismo de la razón siempre debe ser acompañado por el optimismo de la voluntad para convertirse en pesimistas de la voluntad que abandonaban la trinchera de la resistencia.

Nuestro imaginario de futuro quedó relegado a lo más íntimo de nuestras organizaciones y de nuestra pulsión de participación social y política, pero en la realidad concreta estaba imposibilitado de expresarse. Y no es fácil levantarse todos los días durante treinta años sabiendo que tu tarea es la resistencia y que la posibilidad de construir el proyecto político que vos soñas no está al alcance de la mano: Esa es una huella importantísima en nuestra traza como sujetos colectivos.

El segundo elemento. En nuestra historia, el Estado al servicio de los intereses populares fue una potente herramienta utilizada para conformar la columna vertebral de políticas públicas para un país de soberanía e inclusión. Durante el neoliberalismo, el enemigo histórico de nuestro pueblo a partir del asalto del Estado a mediados de los 70, lo convirtió como una herramienta privilegiada para dar vuelta aquel proyecto de país y construir un imaginario colectivo, relaciones sociales y correlaciones de fuerza de un proyecto que nos condenaba a la exclusión.

No es difícil entender que nos constituyéramos, que nos amasáramos como sujetos político-sociales con una profunda desconfianza hacia el Estado. Vuelvo al énfasis; no es fácil, no es gracioso y no es gratuito para una generación constituirse como sujetos sociales y políticos entendiendo que el Estado es un enemigo o un adversario.

Tercer elemento. El momento de victoria del pensamiento único transformó la política en el gerenciamiento de un único modelo de exclusión, donde no importaba si gobernaban radicales, peronistas o la centroizquierda pues los márgenes estructurales del modelo antipopular no se conmovían. En consecuencia se fue formando una generación que descreyó de la política como herramienta de transformación, o que por lo menos, la cuestionó fuertemente.

Por ese cuestionamiento se trazó una “zanja de Alsina” entre lo social y lo político y muchos colectivos se sintieron mucho más cómodos en la participación reivindicativa de lo social que en la lucha política, forjándose en la militancia una fuerte desconfianza hacia las posibilidades de la política de enunciar un proyecto transformador.

El último elemento tiene que ver con ustedes, con todos nosotros y es el tema del cambio en las relaciones económicas. Pasamos de una Argentina que tenía al campo popular en su conjunto articulado a partir de la centralidad de la clase trabajadora; centralidad que daba el tono, pulso, metodología e identidad de la participación popular. En nuestro país ser ciudadano era ser trabajador y ser trabajador era ser ciudadano.

A partir del 76, con el cambio hacia el modelo financiero, no es que los trabajadores desaparecieran como necesidad de la relación capitalista, sino que se descentró la participación de la clase trabajadora en la lógica de acumulación del capital; y el pueblo trabajador, la clase trabajadora, los laburantes tuvimos menores condiciones de posibilidad de intervenir en la discusión del proyecto de país y en la lucha reivindicativa.

Nos constituimos desde mediados de los 80´ como sujetos diversos. La diversidad está en la marca de fábrica de nuestra conformación como sujetos colectivos, pero la diversidad en la Argentina no fue fruto de la maduración de las experiencias populares sino consecuencia de la derrota impuesta por el neoliberalismo, que descentró a la clase trabajadora como sujeto central que congregaba las reivindicaciones del pueblo en su conjunto.

Fuimos sujetos resistentes con el imaginario de futuro mellado, desconfiamos del Estado, desconfiamos de la política y nos constituimos como sujetos diversos; esas son cuatro huellas identitarias que conforman la cartografía de los sujetos populares durante el neoliberalismo sobre las que hay que hacernos muchas preguntas.

La gran pregunta es si esos mapas de intervención que nosotros tuvimos y que reivindicamos y de los cuales nos sentimos orgullosos, nos sirven para entrarle a este presente político que tenemos que transformar.

¿Qué pasa cuando los sujetos sociales, políticos y reivindicativos de este país desconfían del Estado, en momentos que el Estado es una herramienta que puede ser disputada y hoy habilita nuestra intervención en políticas públicas que vuelven a pensar un país con inclusión?

¿Qué pasa cuando reivindicamos la politización abierta desde el 2003 pero todavía en el cuerpo social argentino la política sigue siendo interpelada con fuerte desconfianza en tanto herramienta de transformación?

¿Qué pasa cuando nos constituimos desde la diversidad y aparece el desafío de encarar batallas estratégicas que necesitan sujetos colectivos cada vez más sólidos y unificados? Boaventura de Sousa Santos dice que “tenemos el derecho de ser diversos cuando la uniformidad nos oprime, pero tenemos la obligación de revisar la diversidad cuando se transforma en una coartada para la fragmentación”.

Las batallas políticas para consolidar un proyecto de transformación necesitan espacios de articulación y de unidad mucho más grandes que los que tenemos hoy en la Argentina.

Nosotros queremos nuestras organizaciones, las construimos poniendo el cuerpo, pero hoy es momento, no de abandonarlas o descreer de ellas, sino de pensar cuáles son los canales para construir espacios de unificación que permitan al pueblo argentino estar a la altura de los desafíos políticos que tenemos por delante.

Todas estas preguntas tienen que ver con el ser militante cocinado durante treinta años de neoliberalismo. Sangre, sudor y lágrimas nos costó como pueblo llegar a esta posibilidad. Tenemos una posibilidad hermosa pero también una responsabilidad gigantesca. Somos sujetos colectivos de un proyecto contra hegemónico en América Latina que está mirado por el resto del mundo, en un contexto internacional donde -retomando la imagen que usó Hugo ayer- estamos en un tren que va para la derecha y nosotros arriba caminando en sentido contrario.

No es fácil y requiere de todos nosotros agarrar con firmeza el bastón de mariscal -como decía un viejo conocido de todos ustedes- para convertirnos en sujetos protagónicos con mucho mayor nivel de conciencia de ese protagonismo del que tenemos hoy.

Hoy llegamos a un punto maravilloso de esta historia pero se abren nuevas contradicciones, nuevas disyuntivas y nuevas tareas políticas. El cambio de época, como decía el presidente Correa, habilita a pensar en el nosotros que nos conforma como Nación.

Necesitamos revisar los mapas de intervención que nos definieron como militantes populares porque si en nuestros colectivos seguimos descreyendo del Estado, seguimos dudando de la política, seguimos sosteniendo la diversidad por sobre la capacidad de unificación y no construimos la épica del proyecto, el imaginario colectivo de transformación; no vamos a entrar a la época con la profundidad con la que tenemos que entrar y esa es una responsabilidad de la que tendremos que dar cuenta.

Y aquí es donde aparece, como diría Martí, la batalla cultural. La batalla que como toda batalla política es la batalla pedagógica. Nosotros tenemos la posibilidad hermosa de revisar el nosotros de constitución del sujeto colectivo de esta Nación y para esto hay un prerrequisito, y es que podamos mirar la realidad desde nosotros mismos y esto dicho con mucha responsabilidad en un auditorio lleno de compañeros trabajadores de la educación.

Hoy tenemos una oportunidad y también un desafío profundo en términos de desnaturalizar las formas exóticas con las que abordamos la lectura de la realidad. Por ejemplo en una lectura de nuestro pasado histórico.

Discúlpenme la deformación profesional, pero la historia de la Nación Argentina desde mi humilde perspectiva puede ser analizada en siete momentos distintivos:

Uno es el de las guerras de la emancipación, donde nosotros nos ganamos el derecho y la oportunidad de ser una nación: El actor de la emancipación fue un sujeto político-social diverso, y cuando el enemigo principal desapareció del horizonte, apareció la discusión en torno a cuál era el proyecto de país que se iba a consolidar.

Por ejemplo, la burguesía comercial porteña o los que después iban a ser los terratenientes no tenían la misma mirada que los criollos del interior… es decir hay un juego de intereses articulados y contrapuestos que es por donde transita la historia en América Latina. La historia en América Latina no transcurre a partir de la lucha de clase contra clase sino entre bloques de intereses que se articulan con la contradicción principal imperio-nación.

Dentro del bloque emancipador hay diferencias, siempre las hubo y siempre las va a haber y cuando nosotros logramos una victoria política logrando que el enemigo principal se corra de la escena, aparece en esa diversidad la discusión de cuál es el proyecto de país.

El segundo momento en la historia de nuestra Nación son esos setenta años de guerras civiles que expresaron el contrapunto del que hablamos en el punto anterior. Etapa que la historiografía liberal llamó período de anarquía porque cuando nosotros tenemos la oportunidad de discutir el proyecto de país los sectores concentrados ven anarquía o ven crispación -para actualizar el término a la época que nos toca vivir.

El segundo momento fue el de la lucha por cuál sería el proyecto de país que se iba a concretar en la Nación Argentina.

El tercer momento, desde mi perspectiva, marca una derrota de los sectores populares, cuando la oligarquía terrateniente aliada como socia menor de los intereses británicos impone a sangre y fuego el modelo agro-exportador que tanto enseñamos en nuestras primarias y secundarias.

La consolidación del Estado Nacional y la consolidación de ese modelo de acumulación dependiente tiene un prerrequisito que es la derrota de las luchas populares, ese es el tercer momento y es un momento definitorio porque cuando las élites consolidan el Estado Nación, consolidan una huella que va a perdurar en el tiempo y logran imponer una impronta a determinada organización del relato histórico, de la identidad, de las relaciones sociales, de la economía que está llamadas a ser un profundo surco en la conciencia colectiva.

El cuarto momento es el maravilloso período abierto en la década del 40´. Para los compañeros peronistas los años felices, aquellos años donde se construye la posibilidad de un proyecto emancipador enarbolado en esas tres banderas históricas maravillosas que son un legado de las luchas populares.

Un momento de ofensiva del pueblo, en el cual dejamos nuestra huella implícita en el proyecto de país, abriéndose también -como cada vez que aparece la posibilidad de que los pueblos pueden construir su presente- la posibilidad de discutir la identidad nacional.

Gracias a elementos de aquel período, hoy constitutivos de la identidad nacional como la justicia social, tenemos un pueblo donde la exclusión no está naturalizada en la identidad colectiva. No todos los pueblos de América Latina cuentan con ese reflejo de las luchas populares expresadas en el cuerpo identitario de la Nación.

Para el pueblo argentino la naturalización de la exclusión fue una derrota que las clases dominantes tuvieron que esperar hasta la década de los 90´ para disfrutar, a pesar de haber triunfado su modelo de acumulación en el 75-76.

El momento que sigue empieza en 1955, va del 55 al 76, y es la re-actualización de las guerras civiles del siglo XIX; es la disputa entre distintos proyectos que no logran consolidarse ni logran sacarse ventaja, del 55 al 76 tenemos una de las experiencias de lucha más importantes y más gloriosas del pueblo argentino discutiéndole palmo a palmo la idea de la construcción del futuro a las clases dominantes.

Es una etapa por la que tenemos mucho respeto y de la cual nos sentimos herederos orgullosos. Una historia de lucha que va desde la resistencia peronista hasta las organizaciones que se conformaron desde lo insurreccional, pasando por las reivindicativas y las políticas en un contexto donde se buscó tomar el cielo por asalto y disputar el proyecto de país a los sectores concentrados.

La dictadura del 76 cierra ese sueño y construye el inicio de la noche negra del neoliberalismo, que es el otro momento del cual no voy a hablar porque todos fuimos protagonistas. Ese proyecto negador de los intereses y los sueños de las mayorías populares se termina en el ciclo abierto 2001-2003.

El último momento es el que transitamos ahora, que está en definición y en el que existe una fuerte disputa por el proyecto de país. Etapa donde como en los mejores momentos de nuestra historia podemos dejar nuestra huella en todos los campos de disputa. Tenemos abierta en todos los campos de intervención la posibilidad de dejar la huella creadora del pueblo en la lucha que siempre se reedita entre los intereses concentrados y los intereses populares.

Hay cuatro elementos de un dado cargado que siempre cae sobre una de esas caras constitutivas de la identidad nacional, marcadas a fuego por la impronta de las minorías concentradas en la consolidación del estado: Esas caras son la negación, la exclusión, la explotación y la demonización.

Cada vez que se abrió la posibilidad de ampliar esos estrechos márgenes identitarios fue porque los pueblos intervinimos en la historia, no fue una graciosa concesión de las clases dominantes y discutiendo en torno a esto, Stella tenía una frase que nos ata a la cuestión de la educación como una de las herramientas principales de concreción de estos ribetes identitarios:


Stella Maldonado:

Es un texto que todos hemos leído pero que calza justito con lo que está diciendo Daniel; “para tener paz en la República Argentina, para que las montoneras no se levanten, para que no haya vagos, es necesario educar al pueblo en la verdadera democracia. Enseñarles a todos lo mismo para que todos sean iguales, para eso necesitamos hacer de toda la República una escuela”. Educación popular. Domingo Faustino Sarmiento.


Daniel Ezcurra:

De esto estamos hablando, ¿no? En este Encuentro de Pedagogía Latinoamericana yo voy a decir una verdad de Perogrullo que ustedes saben mejor que yo; toda construcción pedagógica es una tarea política.

Cada vez que los sectores dominantes pudieron imponer su proyecto de país, construyeron una huella pedagógica. Cada vez que los pueblos tuvieron la oportunidad de concretar sus luchas por la liberación también imprimimos una huella pedagógica.

Me voy a detener en dos elementos que para mí son sustanciales volviendo al neoliberalismo. Pero no porque uno esté enamorado de aquella épica de resistencia sino porque me parece que todavía cabalga fuertemente sobre nosotros la lógica neoliberal, a pesar de que las relaciones económicas hayan sido descentradas. Fue más fácil desbaratar el bloque dominante de la hegemonía neoliberal en términos económicos que terminar con el neoliberalismo como huella cultural que aun permea el cuerpo social argentino.

Sí es cierto que todo proyecto de país tiene una huella de intervención pedagógica, es lícito preguntarse qué nos dejó el neoliberalismo como proyecto pedagógico. Aprendí de compañeros del territorio que el neoliberalismo construyó dos huellas pedagógicas fundantes. La primera es la que dejó la dictadura: una pedagogía del terror. A una de las sociedades más movilizadas y más organizadas de América Latina había que enseñarle que no tenía que participar más; había que enseñar en el cuerpo social de los argentinos que la participación no era un bien deseable para el proyecto de país que había que construir; había que desaprender en la memoria histórica de la clase trabajadora y del pueblo los niveles de organización y de participación popular y eso se hizo desde el proyecto político de la dictadura y del neoliberalismo a partir del terror.

El terror dictatorial fue una loza durante mucho tiempo para repensar las luchas emancipatorias, el terror dictatorial escribió en nuestro cuerpo social una huella pedagógica que es fundante de su proyecto de país y no había posibilidad de reconvertir las relaciones sociales en la Argentina sin conmover esa huella pedagógica.

El segundo elemento tiene que ver con la clausura de ese modelo en los años 90´ y vuelvo a lo que decía al principio; en la Argentina las clases dominantes tenían que lograr que nuestro pueblo aceptara la naturalización de la exclusión y para eso se construyó una pedagogía de la exclusión.

El menemismo fue una pedagogía de la exclusión, fue un mazazo político para el pueblo argentino que enseñó que desde las identidades populares mayoritarias se podía construir la naturalización de la exclusión como una realidad política; pobres hubo siempre dijo el innombrable. Y esta huella pedagógica no es gratuita porque para las clases dominantes es determinante enseñarle a una sociedad que tiene que olvidarse del sueño de la justicia colectiva, de la justicia social y naturalizar formas de exclusión que nos dicen que si vos como individuo te quedaste afuera es por carencias propias y no por la perversidad del modelo de país.

Tuvieron que trabajar mucho, imprimir mucha energía en esa pedagogía de la exclusión que se construyó en tristísimos momentos donde muchos compañeros que tenían que estar en la primera línea de esa batalla, adoptaron el cinismo epistemológico y cada vez que el pueblo resistía como podía se nos acusaba de muchas cosas y cada vez que los sindicatos salían a la calle se los cuestionaba o se los miraba con desdén porque no eran capaces de actualizarse a las posibilidades que el nuevo proyecto brindaba… y acá estamos en un sindicato y estamos con compañeros de los cuales uno siente un orgullo enorme porque nunca abandonaron esa lucha.

¿Se acuerdan que les dije que uno está honrado?, es verdad. Ustedes desde la lucha docente le enseñaron mucho, en esa disputa desigual y compleja, a la sociedad argentina y fueron uno de los bastiones fundamentales donde nosotros nos paramos para mirar la posibilidad de resistir y la posibilidad, en algún momento, de enunciar lo que hoy vendría.

El neoliberalismo como traza pedagógica fue eso; construyó una pedagogía del terror en el cuerpo social y después una vez que ese terror, las desapariciones, la política económica de la dictadura deconstruyeron la organización popular, los niveles de conciencia, el tejido social; volvió a operar fuertemente en términos pedagógicos para naturalizar la exclusión.

Si ustedes están de acuerdo conmigo en que en el ciclo abierto en el 2001-2003 descentramos esa lógica perversa, la pregunta es ¿cuál es la relación entre el Movimiento Pedagógico Latinoamericano y la necesidad de construir una huella pedagógica que todavía no está escrita pero que está anunciada, que se balbucea en la práctica colectiva de todo el continente?

Tengo para mí que hay un trípode virtuoso que todo proyecto popular engarza con mucha precisión y que tiene un polo que son las organizaciones libres del pueblo, otro polo donde se construyen las políticas públicas y el tercero que son los espacios donde se construye el conocimiento crítico. Todo proyecto antipopular corta los lazos entre estos tres elementos, todo proyecto popular teje artesanalmente las relaciones entre el Estado, las organizaciones populares y los espacios de construcción de conocimiento.

Compañeras y compañeros, entiendo que el desafío pedagógico latinoamericano es construir una nueva pedagogía que exprese lo que hemos avanzado como pueblo en este ciclo abierto en nuestra América. Un compañero del FINES me decía: “a nosotros nos enseñaron que no se puede, nos enseñaron que los sectores populares no teníamos una mierda que aportar al proyecto de país que construían ellos, a nosotros nos enseñaron a naturalizar que la escuela no era el lugar para nuestros pibes, quisieron enseñarnos eso, nosotros nunca dejamos de pelear, hoy hay que construir una pedagogía de la esperanza”.

La pedagogía de la esperanza no es, ni más ni menos, que calibrar como sujetos colectivos la posibilidad de enunciación del proyecto político popular que hoy transitamos en América Latina, con su determinada especificidad. Es esta energía indomable de nuestro pueblo latinoamericano condensada en proyectos que desafían el status quo (cuando el tren de la historia va para el otro lado) convertida en huella pedagógica.

Hay una importante recomposición al interior del Estado, hay fuertes recomposiciones en los sujetos populares y hay interesantes recomposiciones en la construcción de conocimiento. Venimos avanzando, no estamos hablando de un momento de resistencia, pero para construir los ribetes de la pedagogía de la esperanza hay que anudar todas estas construcciones que se hacen en cada uno de los terrenos de intervención, y convertirlas en una plataforma que nos sirva para disputar el sentido común de la sociedad.

Nosotros tenemos claridad sobre cuál es el proyecto de país que queremos y las clases dominantes, como siempre, también la tienen; pero hay un 50, 60% de la población de nuestros paises que está en disputa. Está en disputa el sentido común de la sociedad y no lograremos resultados evangelizando en la capilla. Debemos salir a disputar con herramientas que nos pongan en interpelación con esa masa de la sociedad. Con esa mayoría de la sociedad que todavía dice que la política es una mierda, que todavía no encontró cauces de participación, que todavía no cuestiona la fragmentación de las organizaciones, que todavía desconfía del Estado como una herramienta que reconstruya derechos; ese es el terreno de disputa de la pedagogía de la esperanza.

A uno lo indigna –y yo sé que a ustedes también, por eso me tomo el atrevimiento de decirlo- cuando escucha algún docente perdido que se enoja por la Asignación Universal porque le llena la escuela de pibes.

A los que están en condición de aprender les enseña cualquiera, el desafío pedagógico de los herederos de la tradición de la conciencia crítica, de la educación popular y de lo mejor que ha tenido la construcción de la educación en nuestro continente es enseñarle a aquellos pibes y a aquellas familias a los cuales les dijeron durante treinta años que no podían ser parte de este país.

Ese es el desafío y nosotros sabemos que en el territorio ustedes lo llevan adelante. Sabemos que tenemos con qué, pero también sabemos que ese con qué hay que transformarlo cada vez mas en fuerza popular organizada, porque ustedes saben que los proyectos populares que no avanzan, se estancan y retroceden, y que los desafíos políticos que tenemos por delante son muy grandes y requieren de nosotros mucha más conciencia del momento que vivimos, muchas más ganas de entrarle a la incertidumbre… batallas políticas para las cuales los treinta años de intervención que nos construyeron como sujetos no nos prepararon.

Los desafíos de hoy no son los de la década del 70, no son los de la recuperación democrática, ni son los de la resistencia al neoliberalismo; los desafíos de hoy son construir las herramientas de intervención específicas para consolidar y profundizar los actuales proyectos político populares.

Somos herederos orgullosos de todas aquellas experiencias anteriores y cada una de ellas tiene elementos valiosos para resolver los desafíos políticos del presente, pero la formulación de la pedagogía crítica que nos permita intervenir en los campos de la disputa del sentido común tiene que estar convencida de que “o inventamos o erramos”, como decía Simón Rodriguez.

Walter Benjamin, un pensador europeo, un tipo que murió combatiendo el fascismo (para que vean que esto de construir los ribetes del pensamiento propio no quiere decir excluir las mejores experiencias de la historia ni de las ideas a nivel mundial), decía que “conocer el pasado histórico no es conocer las cosas como fueron realmente, sino apropiarse de una memoria histórica cuando ésta relampaguea en un momento de peligro”. Ir a la búsqueda de la historia nos sirve para alumbrar los desafíos de lo que tenemos que construir hoy y de las posibilidades de enunciar el proyecto del mañana porque Walter Benjamin también decía que “si el enemigo vence, ni nuestros muertos descansarán en paz”.

Cuando nosotros tenemos la capacidad de dar la batalla por el presente se habilitan dos batallas más, que son la del futuro y la del pasado y dicho en el colectivo que alumbró a Marina, que alumbró a Isauro, que alumbró a Requena, la puta si tiene validez. No podemos permitir que las clases dominantes construyan el imaginario colectivo ni silenciando ni enunciando nuestros muertos, y esa disputa se da en el aquí y ahora alrededor del sentido común. Es trascendente reconstruir la memoria histórica para que sirva de alimento épico para esa batalla política que, como toda batalla política también es una batalla pedagógica.

Muchísimas gracias.