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La calle no va a parar

Por Alejandra Dandan
La calle no va a parar

Foto: El Comercio

Miles de movilizados en todo el país por paritarias y presupuesto universitario


E l viento helado, un trueno y la lluvia escurrida en los zapatos demoraron las banderas, pero a las siete de la tarde con el cielo contenido, quince pares de manos estiraban una bandera de Universidad Nacional de Lanús, de lado a lado, de la avenida de Mayo: Somos primera generación universitaria, no queremos ser la última, escribieron. Maximiliano Marchese sostenía la tela de una punta con las manos congeladas. Miró a un lado y al otro, a esos quince pares de manos, y dijo: “Somos todos primera generación”.

“Soy de Glew, del Barrio Los Álamos”, contó. “Y estamos acá apoyando la lucha de los docentes y a la universidad pública, al no recorte de la educación, por lo que dice nuestra bandera. Ese es un mensaje muy claro”.

Fotos: Ciudad Autónoma de Buenos Aires

La Gran Marcha Federal Universitaria congregó a más de 350.000 personas a las ocho de la noche en Plaza de Mayo, según las actualizaciones del escenario. A esa hora llegaban noticias de miles de movilizados en todo el país. Banderas, carteles en la mano, pañuelos verdes y otros que ahora se estamparon con el reclamo de las universidades, y cantos repetidos de boca en boca como poderosas llamadas. Docentes, estudiantes, no-docentes, académicos, científicos, sindicatos, movimientos sociales, partidos políticos, organismos de derechos humanos. Otra vez a la calle. De un lado, y en lo inmediato, la marcha respondió a la convocatoria de los claustros en un proceso de movilizaciones desde marzo por la reapertura de paritarias. Desde entonces hubo jornadas de protestas, la Segunda Marcha Federal Educativa con las centrales sindicales, hubo abrazos las universidades, asambleas, volanteadas, movilizaciones de 30 y 25 mil personas en Córdoba y La Plata y la decisión el 6 de agosto de no inicio de clases, tres semanas sin clases en 57 universidades nacionales y 87 escuelas preuniversitarias. Por otro lado actuó el tiempo más largo de entrenamiento de casi dos años. Y actuó también la respuesta al disparo al rojo fuego del dólar, a la Casa Rosada y al FMI.

Luciana, docente, se bajó una aplicación sobre el movimiento del dolar. Julia de la FADU salió de su casa en sur de la provincia de Buenos Aires con la cotización a 39 y para cuando estaba en Avenida de Mayo la contaba a 41. Egresada hace doce años de arquitectura, docente, tercera generación de universitarios, estuvo ahí para reclamar por la existencia de una cuarta y quinta generación, y entendía que a su alrededor pasaba también otra cosa. “No me quiero imaginar a cuánto estará el dólar cuando llegue a mi casa, y eso también tiene que ver con esta marcha”.

Victorio Paulón pasó empapado. Alguien le acerca un paraguas. Los están manteniendo a pulmotor, dice, sabio, el secretario de derechos humanos de la CTA, y habla del gobierno. Si no caen por la calle, es porque decidieron mantenerlos a pulmotor porque viene el G20 y la elecciones en Brasil. Pasadas las cinco, el diario Clarín anunciaba alertas meteorológicas, furia de lluvia y caída de granizo. La gente no se movió. Las columnas comenzaron a concentrarse en la esquina de Rivadavia y Callao. Volaron ramas. Las banderas no se abrían. O se cerraban de golpe. Volaron paraguas. Y los negocios se convirtieron en refugios. Los vendedores de una de las librerías de avenida de Mayo decían que todo es muy así desde hace dos años. Que ahora hay que sacar número para entrar a la Plaza de los Dos Congresos. Que un día están las mujeres. Que otro, los trabajadores. O los docentes. Que la cosa está así, que ellos lo saben, y no cierran. Salvo en diciembre, aclaran, cuando la policía se les paró en la puerta del negocio para disparar contra la Plaza.

Fotos: Santa Rosa

Parte de las columnas desviaron a los laterales para avanzar. Dos mujeres y un señor discutían en la puerta de un local algo del dólar. Que yo quise comprar pero no me vendían. Que yo quise vender, pero no había precio. Los pibes y las pibas les cantaban desde la calle, con el lenguaje de época.

A ver, a ver
quién dirige la batuta
les estudiantes
o el gobierno hdp.

Estela Díaz es secretaria de género de la CTA. Escuchó. “Muy impactada”, dijo. “Estas calles me recuerdan el 8M, 13J y el 8A, las calles laterales del Congreso, no se puede caminar de la cantidad de gente, y otra vez las y los jóvenes diciendo a ver quién dirige la batuta, en un día tan difícil, en el que vemos que están destruyendo esta Argentina, cuando todavía parece que hay una conmoción, que no se sabe, que no queda claro los efectos concretos de todo esto. Como que estamos con cierto pavor, diciendo acá está pasando algo terrible, pero lo terrible de lo que pasa falta poder pensarlo. Es como un estado de shock”.

A una cuadra, bajo de la lluvia, Lara, 17 años, de El Jagüel, acompaña a su hermano de Ciencias Exactas. “Estamos bastante enojados por las decisiones del gobierno, todo esto se nos esta haciendo muy difícil, creemos que es muy importante estar acá, y que más allá de las universidades, la lucha es en la calle”.

Las redes iban actualizando conteos. Las tomas en universidades llegaban a 20. Julieta Otero, 18 años, del CBC de Agronomía estuvo el miércoles en la sede de la facultad cuando la toma se frenó por la aparición de la seguridad. Pasó lo mismo en Drago, dice. “Pero Avellaneda creo que la tomaron. Yo vivo al lado de Púan, estaban dando clases abiertas en la calle”. A esa hora, temprano todavía, los trabajadores del Ministerio de Agroindustria también decidían la toma luego del anunció de 600 despidos. Las fotos se filtraron en la marcha con escuadrones de policía dentro del edificio. Les trabajadores de Télam se abrieron paso con carteles en la mano dentro del espacio de Sipreba, por Avenida de Mayo. “A mi me echó Lombardi”, decía un cartel.

Poco después de las seis de la tarde, las columnas centrales se acercaban a la Plaza de Mayo. María Esther se sentó. Quería verlas pasar. 72 años, abajo de la lluvia, mojada y sin paraguas, puso la bandera a un costado. “Lo que pasa es que no puedo caminar. Ya son muchos años, pero no estoy mirando, estoy apoyando”.

—¿Cuántas veces vio marchas en esta calle?

—¡¿Cuántas?! Un día como hoy fuimos a buscarlo a Perón. Ahí fue, otro día, siempre la lluvia, como las lágrimas. Siempre peleando, siempre luchando. Yo ya no puedo mas, pero voy a seguir.

—¿Y que ve hoy acá?

—La juventud. Me enorgullece la juventud que estamos dejando. Ellos van a continuar. Por una patria justa, libre y soberana.

Una bandera dice Defendamos la Educación Pública. Tiene un puño dibujado. Atrás avanza la bandera de la Universidad Nacional de José C. Paz. Un quiosco de revistas dice Se trasfiere con un cartel pegado. Un local de El Chango Más cerró las persianas, después de la despedida de la madre norteamericana Walmart. En la calle hay gente con paraguas verdes. Alguien con una campera de Nuevos Ferrocarriles Argentinos le hace una foto a la bandera del puño. Por atrás aparecen otros colectivos. Asamblea Interinstitutos Sur. Estudiantes pampeanas en defensa de la educación publica. Mujeres en lucha. Universidad Nacional de Lomas de Zamora. SIPREBA y el cartel de Lombardi. Un colectivo de intervenciones artísticas de la facultad de Bellas Artes de La Plata, que pega carteles.

Jésica tiene 23 años, es estudiante de la Universidad Nacional de Avellaneda. Vive en Ezeiza, dice, en el conurbano profundo, y dice más. “Soy de donde hay ovejas en las calles, donde pasean los caballos por nuestras veredas. Y para ese lado del sur, hay una sola universidad que tiene carreras relacionadas con el aeropuerto, que a mi no me interesan porque me gustan las ciencias sociales. Soy estudiante de periodismo, y soy primera generación universitaria de toda mi familia, estudiamos en una universidad del Bicentenario, del conurbano, y es muy significativo para nosotros estar acá. Mi madre siempre fue empleada doméstica. Mi legado lo seguirá mi hermano que es adolescente, y ya estamos pensando juntos qué carrera va a seguir. Mi mamá esta super contenta con esto, creo está mas contenta de mi título universitario que yo. Hoy acá muchas de mis compañeras son también primera generación. Y está muy claro que tenemos una gran oportunidad de formarnos profesionalmente, para aportar a la sociedad algo de todo lo que nos da, es espectacular, así que vamos a estar bancando los trapos de la universidad pública”.

Fotos: General Pico

Jésica hizo la carrera estudiando y trabajando. Ahora sólo estudia. Y estuvo a punto de dejarla porque perdió el trabajo en un bar con el que mantenía los gastos. Ahora vende en ferias lo que tiene o lo que hace o cocina para costearse los gastos. Hay otras dos compañeras con ella, también primera generación de estudiantes. Y Jésica vuelve a hablar cuando aparece el tema de la gobernadora María Eugenia Vidal. “Yo quiero decirte algo sobre esto —dice—, la verdad es que me cayó muy mal, y casi que me pongo a llorar cuando la escuché, porque vengo de una familia trabajadora, de una familia en la que mi vieja se banca todo, super precarizada, todo trabajo informal”.

Muy cerca de ahí, una chica se colgó un cartel en el cuerpo: Las luchas justas no se abandonan hasta que se conquistan. Está paradita en un banco. Mientras otros hacen fotos ella se aguanta la lluvia. Mojada. Se queda quieta. Como un monumento, u otra vez, como una llamada.

Pasa Carlos Tomada. “Esta marcha está dando una respuesta que se merece este gobierno desde un sector que se ha puesto a la cabeza”, dice. “Quiero recordar que esta es la segunda gran movilización que está haciendo la comunidad universitaria, y es impresionante. En este día tan dramático que no sé si llegamos a percibir el daño que le va a producir todo esto a la vida cotidiana de la gente. Acá todo el mundo mira el dólar, pero esto liquida salarios, liquida empleo. ¿Ma’qué reforma laboral? Después de esta salvajada de hoy, ¿qué viene? Más de eso y mas ajuste. Pero la calle está dando esta respuesta. Y la va a seguir dando porque acá hay una sociedad muy activa, que quedó así después de doce años, una sociedad que está dispuesta a poner límites y los está poniendo. Una vez que pasó el tiempo de las dudas, la sociedad se expresa. Y no va a parar. No hay nada, ni crecimiento, ni economía con este modelo”.

Tomada habla. Alrededor pasan y saludan al ex Ministro de Trabajo. Alguien le habla de Corrientes. Tomada habla de lo que está pasando en Salta. “¿Lo viste?”, pregunta. Habla de la calle. Esto que está acá.

Dos mujeres se acercan. Gorros de lana. Paraguas. Más de 70 años. Un cartel en la mano. Alicia Moreno y Mirta Pereyra. De Caballito, el barrio más gorila de la ciudad, dicen. Y también dicen, como aquella señora de las lágrimas y la lluvia, que están felices por la juventud en la calle. “Una vez que sale la juventud, ya está”. Discuten. Dicen que el problema de la juventud de todas formas es que le falta formación política, pero no partidos, sino política, “pero tenemos mucha fe. Y como ves, yo no nombro helicópteros ni nada: mi cartelito dice que hay que adelantar elecciones, porque si esto no pasa, va a haber mucha sangre”.

—¿Tuviste en cuenta lo que pasó hoy para el cartel?

—Tuve en cuenta lo que lo que viene pasando. Vinimos a todas las marchas.

El escenario cantó el himno nacional hace rato. Pidieron a las columnas que avancen y se metan en la Plaza para que el resto pudiera también avanzar. Atrás quedaron todavía en la calle los pibes y las pibas de la UNLA. Julieta Rey es otra de las hijas de primera generación, su padre no terminó el secundario y su madre hizo el terciario. Lara, lo mismo. vive en Lomas de Zamora. Primera generación. Padre técnico de heladeras. Madre auxiliar en una escuela, con el esfuerzo de ellos estoy acá, dice, y por eso vengo a defender a la universidad pública porque si no fuera así yo no podría estudiar.

Maximiliano Marchese va hasta el centro de la bandera y vuelve. “Elegí la licenciatura en nutrición de la UNLA, al comienzo por la cercanía, no sabía la mirada que tenía la carrera, No sólo miras lo patológico, sino a la persona, su historia, sus hábitos, su cultura. Y si bien es pública, no es gratuita porque la pagamos entre todos, por eso estamos acá, porque nosotros queremos devolverle a la gente lo que la universidad nos da”.

Su madre, ama de casa. Su padre, trabajador en una imprenta, ahora con sueldo achicado porque le sacaron una parte del salario blanco. También Maximiliano busca trabajo. Mantuvo los estudios trabajando en un call center que en los dos últimos años pasó de 80 a 20 empleados, en el medio perdió él. En los últimos tiempos le ofrecieron un trabajo superexplotado. No aceptó.

* Nota publicada en El Cohete a la Luna