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  Lo peor está muy lejos de haber pasado  
   
  Por Mario De Casas  
   
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  La compulsión irresistible de ceder cada día una nueva porción de soberanía nacional, con dosis variables de impericia y corruptelas, determina no sólo la política económica de la Alianza Cambiemos, sino también otras como la exterior, de defensa y educación. Así, el servilismo con Washington y otros centros de poder imperial se materializa en distintos frentes: el Fondo Monetario Internacional impone una vez más la política que acrecienta la prosperidad de especuladores financieros, consorcios extranjeros y sectores locales del privilegio, mientras el Departamento de Estado y el Pentágono trazan las orientaciones que guían nuestra subordinación a sus planes estratégicos. Actuaciones grotescas, como los ataques a Venezuela y el fallido intento de hacer jugar a la selección nacional de fútbol en Jerusalén, se alternan con otras no tan ruidosas pero que implican graves perjuicios para el país, como el vaciamiento de la UNASUR, el proceso de desmalvinización —acuerdo Foradori-Duncan de 2016—, y ahora la pretensión de ingresar a la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), un club de ricos que contribuirá a la lluvia invisible de inversiones; es decir, exigirá más ajuste a los sectores vulnerables y facilitará buenos negocios a los sectores dominantes.

Medidas que se van consumando en medio de crecientes rebeldías populares y sañas represivas, en un país que vuelve a luchar en defensa de su patrimonio moral y físico. En un país en el que la nueva oligarquía ha ignorado antecedentes que engalanaron con cierto estilo y alguna grandeza el accionar de sus ancestros en materia de relaciones internacionales: hombres surgidos de esa clase defendieron en ocasiones la soberanía de la Nación y sentaron principios en resguardo de los débiles pueblos latinoamericanos frente a las potencias en expansión; la doctrina Drago, la doctrina Calvo, la posición de Sáenz Peña en la Primera Conferencia Panamericana son algunos ejemplos. En un país en el que los nuevos radicales oficialistas han ignorado la lección pública que dio Yrigoyen al presidente Hoover sobre autodeterminación de los pueblos y soberanía de las naciones al rechazar la ocupación militar norteamericana en República Dominicana, y su apoyo a los pueblos agredidos por la diplomacia del dólar de la que después fue víctima. En un país en el que los nuevos peronistas, que fingen de opositores, han ignorado que Perón inició una etapa de antiimperialismo práctico con nacionalizaciones que le valieron el bloqueo económico de los Estados Unidos, diversas agresiones por parte de Gran Bretaña y una intensa campaña difamatoria.

La OCDE, como el FMI y el Banco Mundial, es un instrumento a través del cual impone preceptos el capitalismo en su fase actual. La membresía que implora el macrismo tendrá implicancias que no se reducen a la apertura económica, cuyas consecuencias son percibidas en un tiempo relativamente breve hasta por lxs más desprevenidxs: determinará también la política educativa, con graves efectos que suelen no ser inmediatamente advertidos por el grueso de la población, y menos si se tiene en cuenta que se trata de una de las tantas cuestiones deformadas por la propaganda oficial. En tal sentido, es aleccionadora la experiencia de los ’90 con la Ley Federal de Educación, de concepción similar a las reformas que se intenta imponer en la actualidad. Razones de más para que prestemos especial atención: la educación es un terreno en disputa entre las corporaciones y el Estado democrático y laico.

La pretendida precarización de las condiciones laborales de los docentes, la estigmatización de sus conducciones gremiales, los ataques de la gobernadora Vidal a las universidades nacionales del Conurbano y otras embestidas a la educación pública, como las camufladas con evaluaciones hechas a la medida de su planificado desprestigio, son apenas algunos anticipos de lo que vendrá: lo peor NO pasó.

Los dictados de la OCDE mandan a abandonar la transmisión de ciertos “saberes” y sustituirlos por la adquisición de “competencias” más cercanas al “mundo del trabajo”: “cualidades relacionales, aptitudes lingüísticas, creatividad, capacidad de trabajar en equipo y de resolver problemas, buen conocimiento de nuevas tecnologías”. En otras palabras, abandonar los conocimientos generales porque en lugar de formar personas que puedan comprender cómo funciona la sociedad, conocedoras de sus derechos y solidarias, la idea es preparar trabajadores sumisos ante las exigencias de sus patrones, y consumidores acríticos. Ni más ni menos que un duro golpe a la democratización de la educación, con lxs niñxs y jóvenes de los sectores populares como víctimas principales.

Son dos las finalidades que se persiguen, recíprocamente dependientes: 1) La subordinación de la escuela a la empresa, es decir, que la escuela enseñe sólo lo que le interesa a la empresa, y 2) El gran negocio derivado de la privatización de los sistemas educativos, de la mercantilización de la educación. A partir de estos objetivos no declarados se comprende el papel depredador de los dobles sentidos que utilizan los beneficiarios del régimen —de aquí o de afuera— que apuestan a poner sus garras —o ya las han puesto— en el sistema educativo. Por ejemplo, cuando los CEOs gobernantes y otros empresarios dicen aspirar a que la escuela proporcione mano de obra calificada mientras la política económica destruye toda clase de empleos, en realidad lo que pretenden es incrementar la relación oferta/demanda de este tipo de trabajadores, otra vía para aplastar sus salarios; por eso, cuando hablan de calidad educativa, hay que investigar qué beneficio piensan obtener con la educación.

Por si alguien supone que exagero, me permito transcribir un pasaje de las declaraciones que realizó en París, en 1998, durante el encuentro mundial de la Global Alliance for Transnational Education (GATE), su presidente, Glenn R. Jones: “Desde el punto de vista del empresario, la enseñanza constituye uno de los mercados más vastos y con mayor crecimiento […]. El sector (educativo, M. de C.) resiste a la tecnología, sus costos aumentan y hay demasiado poca competencia. Se hace cada vez mayor la distancia entre nuestra demanda de formación y la capacidad de acogida de la enseñanza superior. Por todas estas razones, los empresarios consideran que la enseñanza es un extenso mercado por conquistar”. La GATE está patrocinada por IBM y Coca Cola, entre otras corporaciones; y las premisas que dio Jones fueron recogidas por la OCDE en el informe “Análisis de las políticas de educación”, que se conoció unos meses después y concluye con una asombrosa claridad: “La globalización —económica, política y cultural, M. de C.— vuelve obsoleta la institución implantada localmente y anclada en una cultura determinada a la que llamamos ‘la escuela’ y a su vez, al ‘enseñante’”.

Una vez saqueados los recursos de los países más pobres del Tercer Mundo, después de la conquista de los del Este europeo y de las privatizaciones en el centro y la periferia, ¿qué queda todavía para saciar la sed del monstruo? La educación.

Para los países miembros de la OCDE, la educación constituye el último gran mercado, un tesoro de miles de millones de dólares. Entonces entran en escena las llamadas Nuevas Tecnologías de la Información y de las Comunicaciones (NTIC o TIC), que son utilizadas como caballo de Troya en el asalto a la escuela pública. Cuando se analiza el discurso oficial, surge que informática, multimedia e internet se nos presentan como la nueva panacea, capaz de resolver como por arte de magia los problemas pedagógicos, de fracaso escolar, de falta de recursos y medios económicos, etc. La verdad es más prosaica, pero sólo se puede encontrar en textos vedados al conocimiento público, como éste de la Comisión Europea —con fuerte incidencia en la OCDE—: “Es difícil que nuestro continente mantenga el lugar que le corresponde en este nuevo mercado —el sector multimedia, M. de C.— si nuestros sistemas educativos no se ponen a la altura necesaria rápidamente. El desarrollo de estas tecnologías, en un contexto de fuerte competencia internacional, necesita que los efectos de escala puedan desarrollar todo su potencial. Si el mundo de la educación y la formación no las utiliza, el mercado europeo tardará demasiado en convertirse en un mercado de masas” —diciembre de 1996—. Una confesión hoy extensiva a todo el globo, incluida nuestra región, que implica la segura profundización de desigualdades en un contexto de deserción estatal y un merado fuertemente concentrado como el de las telecomunicaciones; estrago que se suma a los ya apuntados, porque nadie en su sano juicio pondría en duda que el acceso a internet es fundamental para el ejercicio de derechos humanos como el derecho a la educación, a la participación en la vida cultural y a la libre expresión.

Para bien o para mal, la educación siempre ha estado en el centro de las luchas por la emancipación de mujeres, hombres y pueblos: en el siglo XVI, para Giordano Bruno la ciencia era la negación absoluta de la fe, y la fe, una “crédula locura”. Pero por eso mismo, Bruno aparta al pueblo de las enseñanzas de la ciencia. “Las verdaderas proposiciones —dice— no son presentadas por nosotros al vulgo, sino únicamente a los sabios que pueden comprender nuestro discurso […] porque si la demostración es necesaria para los contemplativos que saben gobernarse a sí mismos y a los otros, la fe, en cambio, es necesaria al pueblo que debe ser gobernado”.

En cambio, el maestro de Bolívar, Simón Rodríguez, que con justicia puede ser considerado el primer educador popular de nuestra América, mantuvo disidencias sustanciales con los pedagogos liberales latinoamericanos y planteó la ruptura con el discurso pedagógico burgués europeo dominante, en defensa de la autonomía nacional y la igualdad social.

* Nota publicadad en El Cohete a la Luna

 
 
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