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  Por India Molina / Fotos: Guille Llamos  
   
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  “El solitario es una persona sospechosa, porque está fuera del control, de la visibilidad, de la regulación. ¿Qué está haciendo el solitario? ¿Cómo puede ser que goce? Lo que me propuse fue construir una idea de la soledad alegre, no sé si me salió”, se pregunta Carlos Skliar, escritor, investigador y poeta, a propósito de su reciente libro Escribir, tan solos (Mármara Ediciones). Una oda a la soledad en tiempos de hiperexposición, una apología del silencio como posibilidad para la reflexión y la escritura, un ensayo de más de 300 páginas que rescata la virtud de la soledad.

Skliar es especialista en pedagogía, investigador del CONICET y coordinador de cursos de posgrado en FLACSO. Por eso viaja mucho; para presentar libros, para participar de charlas y conferencias sobre educación, para dar clases en universidades. En una breve estadía en Buenos Aires, recibió a Almagro Revista en el silencio de su casa, un PH luminoso, uno de esos espacios imposibles de imaginar en pleno centro de la ciudad. Y ahí, rodeado de una biblioteca de tres paredes de piso a techo, Skliar habla calmo y pausado pero, a no confundir, lo que dice es incisivo y provocador.

-¿Cómo se te ocurrió la “irreverencia”, en función del tiempo en el que vivimos, de hacer una apología de la soledad?
-¿Acaso la soledad no es una característica inherente a lo humano? Quise registrar no esa imagen burguesa del que se retira para escribir sino el gesto de apartarse del mundo. Porque ahí hay un cuerpo que toma decisiones, que dice: “Me retiro, me voy, me salgo del ruido, me concentro en esto, pero vuelvo al mundo de otra manera.”

-¿Cómo se puede salir hoy del mundo?
-Se hace difícil. El mundo está exigiendo una presencia permanente a riesgo de perder existencia. La innovación, comunicación y aceleración es una tríada mortífera. Hay mucha desesperación, porque incluso la propia escritura o lectura se han vuelto necesitadas de efectos inmediatos. Efectos que no aguardan, cuando, justamente, la lectura era sostener una relación de otro tiempo con el mundo; el del tiempo libre, ausente, improductivo. Me parece que la batalla está perdida.

-Sin embargo, tu libro no deja esa sensación de batalla perdida, al contrario.
-Es que, como siempre que se pierde, hay un ejército de solitarios que siguen combatiendo. En eso estamos. Pero lo peor que podemos hacer con esto es diagnosticar la imbecilidad de los demás y quedarnos con la propia lucidez reconfortante. Hay que buscar aliados y, humildemente, plantear la necesidad de otros mundos. Por ejemplo, reclamo la necesidad de ficción, la necesidad de invención, de tiempo libre, la necesidad de infancia para todos y todas, la necesidad de revisar la idea de trabajo y entender, a su vez, que la lectura no salva nada, no resuelve ningún dilema del mundo pero es la única forma que yo conozco de que tengas otra suerte además de la tuya.

-Tamaña invitación no puede ser desechada.
-A eso invita la lectura, a estar por unos días en otra vida y otro mundo que no es el que nos ha tocado. ¿No vale la pena salir a buscarlo?

Sobre el proceso de escritura y edición de Escribir, tan solos, Skliar cuenta que la idea surgió a partir de un hábito; coleccionar frases de escritores sobre distintos temas. Amor, infancia, muerte y, claro, soledad. Un día cayó en la cuenta de que en sus reseñas o artículos “siempre volvía a la soledad como tema, que los libros que más me gustaban eran los de personajes solitarios y si no los había, me apasionaba encontrar ese monólogo, ese soliloquio del solitario, ese diálogo interno en el que se entremezclan la multitud, el barullo, el sonido, la palabra, el murmullo, el lenguaje, el cuerpo.”



-¿Y por qué, de todos los temas, elegiste escribir primero sobre la soledad?
-Porque esa repetición me llamó la atención. Un día vi que tenía quince libros que, sólo en los títulos, hacían referencia a la soledad. Sucede que la ficción de la soledad literaria es muy bonita porque el mundo por fin se pone como telón de fondo y no es como en la realidad, donde el mundo es el actor principal, se te impone. Entonces era cuestión de poner el foco en eso y encontrar la repetición en sus matices y diferencias. A partir de ahí empecé a recordar y relacionar, jugar con un diálogo entre personajes literarios y autores.

De ese juego de relaciones surge lo más llamativo y rico del libro, los capítulos que trazan una línea entre autores y personajes a priori difíciles de amalgamar: Julio Cortázar, Roberto Bolaño y Orham Pamuk, por un lado; Rimbaud, Roberto Juarroz y Werner Herzog, por otro, o el sudafricano J. M. Coetzee junto a Cees Nooteboom, entre otros tríos o cuartetos de autores. Como si hiciera falta, Carlos Skliar justifica su elección: “Me interesaba jugar con los personajes, no hacer un trabajo académico respetando las tradiciones literarias o escuelas. Quise identificar las imágenes de la soledad que se repetían y encontré una línea invisible que une la referencia al padre en Pamuk -esa soledad del hijo varón que no comprenderá jamás a su padre varón- con la soledad de la casa, de esa atmósfera tan presente en Maguerite Duras y la soledad de los muertos del poeta y novelista neerlandés Ces Nooteboom.”

-Así fuiste armando esta especie de biblioteca de la soledad, tal como la describís.
-Sí, este es un libro de un lector, me gusta remarcarlo. No para disimular sus problemas de escritura, pero sí para que se sepa que es la reacción, ante una lectura de años, de un lector que escribe nomás. Por ejemplo, es claro que Cortázar no es lo que podríamos llamar un “autor de la soledad”. Pero la imagen que yo tenía era la de mi padre leyendo libros de Cortázar, entonces entendí que lo que yo quise evocar en este libro son esos recuerdos, imágenes, atmósferas que se le presentan a un lector cuando lee una obra.

-En este libro los lectores vemos experiencias y soledades de distintos narradores y a un autor, que sos vos, ensayando relaciones entre ellos. ¿Uno escribe para distraerse de uno mismo?
-Sí, para probar otra voz, otros estados de ánimo, prescindir del yo, jugar e inventarse vidas. Como si uno pudiera decir: “Llevame a otro mundo, otros tiempos…¡sacame de aquí, por favor!” Una imagen que podría ser la de entrar a una librería y preguntar, casi a los gritos: ¿Tiene algo para sacarme de acá?

-La industria del entretenimiento y la comunicación tiene una receta para eso. ¿O no son las redes sociales esa puerta de entrada al mundo de los otros, esos mundos de supuesta felicidad?
-Uh, ¡las redes! Ahí la pregunta sería: si tomo la palabra, ¿para qué es? Es raro, yo también tengo una relación ambigua con eso y a veces me pregunto si no estoy contribuyendo en ese caos. Tanta gente que pone “me gusta”, que comenta. ¿No estaré contribuyendo a que la gente esté pendiente de las redes cuando en realidad podría estar haciendo otra cosa? ¿No habría que decirle “Menos face y mas book”, como la publicidad de esa librería en México? En redes, el yo comunicador no tiene nada que ver con la escritura, es el “yo” quien se pone adelante, un imperativo, pero no todo es comunicable, no siempre tengo algo para decir. De todas maneras creo que la ilusión durará poco porque la indiferencia también puede ser bestial y he visto gente retirarse de Facebook o Twitter porque se dan cuenta de que no generan el impacto que quieren con lo que dicen. Por eso todo se está volviendo más imagen, más Instagram.



Carlos Skliar, como todos, tiene temas y preocupaciones recurrentes: el lenguaje y la palabra, los modos de nombrar a los otros, la alteridad en el aula y las infancias como “tiempo sin urgencias” que se contraponen a lo que los adultos tenemos para ofrecer en este presente urgente. Es autor, entre una veintena de libros, de “¿Y si el otro no estuviera ahí?” (2001), “Conmover la educación” (2009), “Lo dicho, lo escrito y lo ignorado” (2011) y “Pedagogía de las diferencias” (2017).

-¿Cómo transmitir a las nuevas generaciones que la pausa, el silencio, la intimidad, incluso el aburrimiento, son necesarios?
-Propongo no hacer hincapié en cómo son los niños o los jóvenes sino que revisemos en qué consiste el arte de ser maestro o, incluso, madres y padres. El problema está más bien en que los adultos ya han pactado con el tiempo infernal y me parece que también ahí hay una batalla perdida, porque se avecinan tiempos en que el maestro o el profesor son figuras técnicas. Por lo tanto, también la batalla consistiría en recuperar la dignidad artística del que quiere enseñar. Creo que el mundo pide a gritos gente apasionada por algo, no por alguien. Que el maestro o la maestra de teatro, que la profesora de danza, que el de literatura estén apasionados y propongan un vínculo de pasión. Si no hay vínculos de pasión, no hay enseñanza.

-¿Por eso hablás también de “abuelizar las prácticas”?
-Claro, abuelizar el tiempo, el espacio, el vínculo, a eso me refiero. Para que haya enseñanza tiene que haber diferencia, y en estos tiempos donde los niños se adultizaron, los adultos nos jovializamos y los abuelos se anietizaron, estamos perdidos. Porque si tu punto de vista es tan parecido a las otras edades al fin no hay brecha, en el sentido de la transmisión. Esa idea de la experiencia, no entendida como “yo ya lo hice” -con ese desprecio de quien ya pasó por el mundo- sino, justamente, con quien reelaboró lo que hizo para contárselo a los demás.

-Cuando estabas escribiendo el libro, ¿tenías una imagen para la soledad? Me refiero a una imagen como idea.
-Sí, la soledad es melosa, es una tela de araña, un estado somnoliento, onírico. De pronto te das cuenta de que estás en el mundo. Tiene la virtud del desapego pero tiene el problema de la indiferencia, de estar demasiado volcado en uno mismo y de confundir la soledad con tu intimidad y tu identidad. No estoy seguro de que sean la misma cosa. La imagen o idea es la de la soledad que te habla al oído pero no la entendés, porque no habla tu lenguaje. Y la belleza consiste en tocar unas zonas cada vez más hondas que sólo el silencio y la intimidad provocan y producen.



Skliar dice “zonas cada vez más hondas” y pienso en este tiempo sentencioso, y para nada profundo, en el que nos toca vivir, tiempos donde se dice y expone todo, se postea la opinión, se adula, menosprecia, critica. ¿Acaso hay algo más perverso que la pregunta de Facebook, “Qué estás pensando”? ¿Qué lugar hay para la sorpresa, el espacio, la espera, la soledad?

-¿Podríamos pensar al silencio, la intimidad y la soledad como un tridente perfecto para los tiempos que corren?
-Definitivamente; en una época en la que la identidad es expuesta y a su vez requerida todo el tiempo, hacer silencio es toda una construcción. Y es curioso que para hacer silencio, estar en intimidad o soledad se requiera de artificios cuando, en realidad, debieran ser considerados en su propia naturaleza. No hay nada más “natural” que irse a leer, que estar en silencio con uno mismo, que callarse, que estar pensando en voz baja, rumiando, y sin embargo, eso hay que construirlo. Hay que echar mano a artefactos para lograrlo porque si no la realidad y la coyuntura se te cuelan: la inflación, por ejemplo.

-O la creación de la UniCABA. ¿Qué opinás del proyecto del Gobierno de la Ciudad sobre esta universidad que implica, hasta lo que se sabe, el cierre de los 29 profesorados donde actualmente se forman las y los docentes y profesores?
-El misterio, el secreto y lo privado que envuelve esta idea es de por sí nefasta. No sabemos en qué consiste, no nos dicen. ¿Por qué hay que destruir simbólica y materialmente lo que preexiste? ¿Qué política es esta? Y por otro lado, si a eso le sumamos que la imagen que el Gobierno de la Ciudad tiene de los profesores es la del emprendedor, uno se niega completamente. Además, hay que tener en cuenta, si esto prospera, la cantidad de jóvenes que no podrán ir porque la distribución actual de los profesorados te permite una amplia gama de cobertura, de transporte para llegar. Por otro lado, se está haciendo privado algo público, y esto es lo primero que uno contesta.

-Si el perfil es el de un docente emprendedor sólo resta que también el aula se transforme en un espacio de reproducción social, cultural y hasta económica.
-En el proyecto está muy nítida esta imagen del mundo hipertecnológico e hiperindustrializado que uno rechaza. El maestro no es eso. No es un gerente del grupo de estudiantes de una sucursal bancaria llamada escuela. El maestro es una figura de un mundo que te plantea una alteridad a lo que consideramos natural. Decir que estoy en contra es insuficiente.

* Nota publicada en Revista Almagro

 
 
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