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  Pensar hoy a nuestras infancias y adolescencias exige tener en cuenta el lugar que los chicos y chicas tienen en la sociedad, su estatus político y ciudadano, su visibilidad social, su inclusión o exclusión de la agenda de las políticas públicas y el ejercicio de sus derechos comunicacionales.

Ningún actor político, social o económico del país podría pensar hoy sus estrategias de inserción en la sociedad, de defensa de sus derechos, sin tomar en cuenta la necesidad de tener voz y comunicarse con la sociedad a la que pertenece.

Sin embargo, niños, niñas y adolescentes no tienen ni las mismas oportunidades ni los mismos recursos que otros grupos sociales para intervenir en la vida pública, hacer aportes al conjunto que integran e involucrarse, opinar y decidir sobre los asuntos que les conciernen.

En este contexto, la lucha por el reconocimiento de los derechos de niños y niñas adquiere nuevas dimensiones: precisamos comprender los derechos en clave de capacidad de acción de la infancia y pensar a los chicos y chicas como actores sociales y políticos.

Es ese movimiento el que estamos llamados a hacer quienes, desde distintas áreas, trabajamos con y para la infancia en el ámbito de la comunicación. Un movimiento que visibilice a los niños como sujetos activos en las relaciones familiares, en las relaciones sociales en interacción con el mundo, con la cultura, con lo social; que restituya a los niños la palabra, las condiciones para enunciar lo que sienten y lo que piensan.

Desde esta perspectiva, la experiencia de Pakapaka del Ministerio de Educación de la Nación fue revolucionaria: puso en valor el rol de los chicos y chicas como productores de cultura y construyó una relación con las pantallas respetuosa de sus identidades y subjetividades. El canal edificó sus bases sobre una manera particular de entender a la infancia y un modo de asumir la responsabilidad de un medio público con los niños y niñas que integran sus audiencias.

Pakapaka construyó su propuesta considerando algunos aspectos claves de la relación medios, infancias y derechos que se tradujo en una propuesta estética, artística, educativa y de contenidos de altísima calidad. Entre esos aspectos, vale la pena mencionar:

1. El conocimiento y reconocimiento de las infancias

La infancia no es sólo un momento o período, no es una fase de transición hacia la vida adulta. La infancia es una forma de estar en el mundo, una relación particular con las cosas y con el mundo, con una intensidad y una fuerza especial.

Conocer diversas experiencias infantiles desde las pantallas implica conocer a los chicos y a las chicas en sus casas, sus escuelas, sus calles, sus barrios, con sus familias, sus grupos sociales; para conocer sus intereses, sus inquietudes, sus dinámicas, sus emociones, sus alegrías pero también hacer lugar a sus preocupación, sus conflictos, sus luchas, sus demandas y sus angustias.

Desde este conocimiento, responsable y respetuoso de las maneras de ser niño/a, deriva el reconocimiento de los chicos y chicas como seres sociales determinados históricamente que influyen en su entorno, en el seno de la familia, la comunidad, la sociedad y como productores de cultura.

2. Una mirada a los medios en clave de derechos

Todos los chicos y chicas tienen derecho a acceder a contenidos de alta calidad que los entretengan, los estimulen, los diviertan, los ayuden a aprender, abran ventanas a la cultura de todos los sectores de nuestro país y también a nuevos mundos, y que representen un aporte para la construcción de su identidad y su ciudadanía.

Ello constituye un enorme desafío: imaginar y crear propuestas, estéticas, formatos y contenidos que reflejen otra concepción del niño respecto a sus posibilidades y necesidades; que apunten a enriquecer su mundo; que partan de un respeto profundo por la infancia; que los representen y contemplen sus perspectivas, sus voces, sus opiniones, sus capacidades, sus intereses y sus puntos de vista; que promuevan su integridad y el respeto a la identidad; que fomenten la creatividad y despierten la curiosidad por investigar, experimentar y saber.

3. Aportar a la construcción de ciudadanías visibles

Lo propio de la ciudadanía hoy es hallarse asociada al “reconocimiento recíproco”, esto es, al derecho de informar y ser informado, de hablar y ser escuchado, imprescindible para poder pensar en las decisiones que conciernen a lo colectivo.

Los chicos demandan pantallas donde puedan sentirse representados, que los visibilicen como colectivos sociales con derechos que interpelan al Estado y a la sociedad, que generen espacios reales para la participación y el ejercicio de ciudadanía.

4. Garantizar la participación en la cultura

Ejercer el derecho a la comunicación permite que niñas, niños y jóvenes puedan, entre otras cosas, producir sus propios mensajes, formar y expresar sus opiniones frente a cualquier tema, incluidos aquellos complejos para ser abordados en el espacio público, participar en decisiones y acciones que generen transformaciones y mejoren la vida comunitaria, desarrollar pensamientos críticos respecto del consumo de los medios de comunicación, promover la expresión de las voces y los intereses de diversos actores de la comunidad, crear y experimentar a través de los lenguajes de los medios de comunicación.

Hacer efectivo el derecho a participar de la cultura y el derecho a la comunicación exige que el Estado desarrolle políticas de equidad entre actores con distintas herramientas y posibilidades de comunicar para que todos encuentren espacios para ser habilitados, escuchado, visibilizados. Es precisamente desde esta perspectiva que los medios de comunicación pueden recuperar la participación en la cultura como derecho para todos los chicos y chicas.

La experiencia del canal dio cuenta de este modo amplio e integral de pensar la relación entre los chicos/as y las pantallas al plantear un discurso que visibilizaba a la niñez de una manera particular, donde convivían lo universal y lo particular, acercándoles a los niños otros mundos con los cuales no están en contacto. La potencia de una televisión que además de imágenes, contenidos, formatos y programas, que planteó un modo nuevo de interpelar a la infancia –distinto al relato que se construye desde el mercado–.

Algunos de los contenidos originales, sus apuestas estéticas y narrativas no tienen hoy la misma presencia en pantalla. Vale la pena recordar sus orígenes para entender el impacto de algunas decisiones editoriales.

Pakapaka surgió no sólo para crear contenidos educativos que apoyaran el proceso de aprendizaje en el aula, sino que fue esencialmente una apuesta muy fuerte por recuperar la riqueza del lenguaje audivisual (uso del ritmo, música, color, utilización de estructuras dramáticas) como herramienta al servicio de la función educativa y cultural que puede tener la televisión, generando audiencias razonables y críticas, promoviendo diálogos y debates constructivos entre culturas, generaciones, géneros y personas provenientes de distintas situaciones sociales como un modo de expresar la multiplicidad.

Desde Zamba, que marcó una antes y un después en el modo de abordar contenidos de la currícula escolar, hasta la princesa Medialuna, que se propuso incluir en el repertorio de princesas tradicionales una vinculada a las culturas ancestrales de nuestra región o todas las secciones hechas en todo el país que contaron cientos de historias de chicos y chicas de todas las provincias con sus tonadas, sus entornos y sus experiencias, son algunos ejemplos de un canal que supo construir otros sentidos respecto a la infancia, la cultura y la comunicación.

El canal también apostó a recuperar la asociación entre lo educativo y lo poético: vinculó el aprendizaje con la transmisión de emociones y sentimientos y con el despliegue de la imaginación y asoció lo educativo a los afectos, a diálogo, la poesía, la imaginación, el juego, las preguntas, los sentidos, el descubrimiento, la curiosidad y la investigación.

Alentó finalmente lo educativo desde una multiplicidad de formas narrativas: palabras, sonidos, imágenes, habilitando otros diálogos, otros tiempos, otros temas y otras posibilidades para enriquecer los procesos educativos.

Sus logros, su aceptación, su incorporación al repertorio cultural y educativo de los chicos y chicas del país radicó precisamente en que el canal entendió desde sus inicios la responsabilidad ética y política que implica diseñar contenidos audiovisuales infantiles como estrategia para extender el mundo social y cultural de los niños y niñas, garantizarles oportunidades para expresarse y participar y enriquecer sus experiencias.

Quienes estuvimos involucrados con su génesis y lo vimos crecer sus primeros años creemos en los medios como herramientas para la transformación que nos permiten encontrar y articular las claves para entender el mundo y la sociedad que nos rodea. Y creemos firmemente que Pakapaka, desde esta perspectiva, fue una apuesta al ejercicio de ciudadanía desde la infancia.

* Nota publicada en Conversaciones necesarias

 
 
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